martes, 23 de agosto de 2011

Si James Bond se hubiera casado. Por Carlos Torres Bastidas.

Son las 5.30 am. Nunca antes James se había levantado tan temprano. Fue a la cocina, tropezó con uno de los taburetes, una palabrota en voz baja. Montó el café, esta vez más fuerte que lo común, porque debía llevar a la niña al colegio. Suerte que anoche había pulido los zapatos y preparado el traje cruzado y la corbata, sus camisas todavía iban a la tintorería. Preparó el tetero con la receta que le había enseñado su querida mujercita Vesper, que ya había ganado unos cuantos kilos porque estaba embarazada de nuevo. «Seguro que M quería ser la madrina». Pero esta vez le daría la oportunidad a Moneypenny. Siempre había querido tener algún lazo con ella. A sus 47 años se había jubilado de la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo.

Escuchaba las noticias en el pequeño televisor de la cocina. Muchas cosas sobre las que ahora no podía hacer nada. El terremoto-tsunami del Japón. La guerra en Libia. Los estudiantes universitarios con la boca cosida. Preparó el tetero y vertió unas gotas en su mano, para comprobar que no estaba muy caliente. Lo llevó a la habitación de su pequeña hija Camille de cuatro años. Luego de tomarse las pastillas para la tensión, el Omega 3 y las cápsulas de ajo, se sirvió una taza de café negro. Esa dieta que mantuvo por tantos años de huevos revueltos, martinis y cigarrillos lo tenían con ese régimen todos los días, siempre después de su aseo matutino, que ahora tenía que ser muy rápido, porque la hora de entrada en el colegio era las 7:30 am, y las colas que generalmente se formaban, no le permitían pasar de 60 kilómetros por hora a su clásico Aston Martin.

Luego de dar un rápido beso a Vesper que no podía moverse de la cama, se marchó. Se puso su traje que ahora le ajustaba un poco en el abdomen que había comenzado a crecer. Se miró el nudo de la corbata en el espejo del ascensor del edificio donde ahora vivía con su familia.

El Aston Martin estaba sucio. No tenía tiempo para mandar a lavar su carro, hecho por Q quien fue el responsable de la creación del DB5 cargado de extras. No olvidaba que su nombre deriva de Quartermaster, o Intendente, y este no es más que el cargo del Mayor Boothroyd, que está al mando del departamento de investigación y desarrollo del Servicio Secreto. Este DB5 tan equipado se convirtió por un tiempo en el auto de empresa de James Bond. En realidad su carro era un DB4 Vantage, pero su modelo fue modificado y pintado de color Silver Birch.

El asiento trasero se lo disputaban el afortunado Ken, con varias versiones de Barbie. A Camille le gustaba su carruaje tal como ella lo llamaba. La cola comenzaba en la autopista, buscaba irse por los caminos verdes. Sin embargo a esa hora todas las vías estaban colapsadas. Colocaba en el MP3 un Cd de música infantil y se iban cantando por todo el camino “Mi gata candonga”, “El elefante del circo” y otras canciones. Un par de hermosas chicas lo veían divertidas por el retrovisor, cuando su hija lo abrazaba para entonarlas juntos. La aventura de hoy no tenía nada que ver con un campo de batalla lleno de traición, asesinatos y engaño. Solamente debía llevar temprano a la niña al colegio. Logró sortear como en los viejos tiempos todos los obstáculos: la primera cola que se forma en la Libertador, una cantidad de huecos entre los campos de golf, motorizados que van contra corriente, y que debía esquivar constantemente. Un policía frente al San Ignacio se empeñó en detener el flujo natural del tránsito. Consiguió puesto en una esquina, y casi le arranca la puerta un carrito por puesto anaranjado de la Alcaldía. Finalmente entregó su preciada carga a la maestra. «Besos papito», «Besos Camille». Miró a la joven auxiliar Carmen con intensidad, pero esta no le prestó mucha atención a pesar de estar estrenando una corbata, que ella le había vendido. La primera misión del día se había cumplido. No podía saber qué le deparaba el día. Debía cruzar de nuevo la ciudad, ya veríamos que se encontraba en el camino. Su nuevo trabajo era mucho más cómodo, aunque nunca podría saber lo que puede ocurrir en el centro de la ciudad, antes de las 8:30 de la mañana, cuando debe entrar en sus modestas oficinas de Clásicos Exclusivos, hoy debía supervisar la edición del número dedicado a su querido Aston Martin.

6 comentarios:

Heidy Ramírez Schmegner dijo...

Que contraste entre lo tierno del relato familiar, lo aspero de la travesia por la ciudad y la picardia del siempre conquistador James Bond...

Unknown dijo...

Sin duda, James no habría sido el mismo no solo por el hecho de casarse, sino de tener que vivir en Caracas. Tal vez su vida hubiera sido más fácil casado, pero viviendo en Bristol o Liverpool. Lamentablemente, se vino al infiernito caraqueño y perdió su glamour, tal como sucedió en los 70´s con el lord Mr.Steed.
Muy simpático tu escrito. Nos hace mucha falta ese sentido del humor, para sobrellevar el caos. Un saludo cordial. César L

Liduvina Carrera (Luli) dijo...

Amigo, muy simpático tu relato. Felicitaciones! Disfruto mucho con tus escritos.

Marcelo dijo...

Carlos,
Creo que la idea de Bond casado promete mucho, da como para una secuela de la historia.
Marcelo Paz Soldán
http://www.ecdotica.com

Victorino dijo...

Me gustó más este relato que el otro sobre Rapunzel; sólo que en éste sobre James Bond me parecieron excesivas algunas explicaciones. Un consejo de amigo, no trates a los lectores como si fueran niños, en el sentido de que suponer que saben menos de lo que parece

Isaías Peña Gutiérrez dijo...

FELICITACIONES, CARLOS, ADELANTE

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